
El 'armario' político de Juan García-Gallardo y el traje de vicepresidente
El vicepresidente se abona a la polémica en la semana de su estreno en Cortes y aviva la sospecha de que su cargo será al 100% una dedicación a proclamar mensajes y postulados de Vox y no a gobernar.
¿Es Juan García-Gallardo un vicepresidente entregado a la polémica? Esta es la pregunta que ronda en los ambientes políticos de Castilla y León tras una primera semana pletórica del número '1' de Vox en las Cortes regionales, una duda que en algunos casos es el temor a que sus intervenciones y actitudes sean permanentes, una consigna de partido. Y esos temores arrancan en sus propios socios.
En la semana de su estreno en un pleno regional, García-Gallardo se ha abonado a la polémica y su episodio con la procuradora socialista Noelia Frutos es un corolario muy esclarecedor. Vaya por delante que el comentario es desafortunado sin paliativos, un exceso verbal sin justificación alguna. Dijo lo que dijo y, por más que se escude en la intervención completa, es rehén de sus palabras; no vale escudarse en que sus palabras han sacado de contexto o acusar a los medios de manipularlas. Podríamos volver a ver el pleno enterito y sus palabras seguirían sonando igual de fuera de lugar porque ha confundido el tono, el mensaje y el sitio, y eso le puede traer muchos problemas.
Mucho se ha hablado de la vicepresidencia sin cartera de Vox. El joven burgalés ha tenido que esforzarse en negar la mayor arañando un ramillete de atribuciones, pero no ha podido esquivar que el calificativo de 'florero' le acompañe a la menor y con semanas como la de su estreno en un pleno de Cortes le será imposible quitarse el 'santo' de encima. No es que se le pueda reprochar su tarea de gobierno, sin tiempo para hacer nada por ahora, pero sí la sospecha de que la suya es una vicepresidencia política en el sentido más estricto y que realmente su tarea va a ser esa: convertirse en cada acto y cada intervención en vocero de las ideas políticas de su partido, sin distinción del púlpito.
En cierto modo, no hay nada de extraño en esto, pero como para todo hay una reglas y eso es lo que ha hecho saltar las alarmas. Existe una delgada línea que separa partido de gobierno y que determina qué se puede hacer y qué no cuando se ejerce una u otra labor. Es una dicotomía difícil de manejar, no se puede negar que a menudo el contagio existe, aunque hay algunas normas que ayudan a ponerse el 'traje' institucional cuando toca y no equivocarse sacando del 'armario' el del partido. Códigos como la indumentaria o el calendario semanal, que definen cuando un político está trabajando para el partido o para el Gobierno. Y toda esta primera semana García-Gallardo se la ha pasado en modo partido cuando tenía que estar ya en modo gobernar.
El vicepresidente de Vox ha traspasado esa delgada línea entre partido y gobierno y así le va a costar mucho negar que una de sus tareas encomendadas es mantener caliente y en alta presión la hoya electoral, que es el interés político prioritario y directo de su partido de aquí a que se celebren las elecciones generales, sea cuando sea. Su empeño en la tarea encomendada desde las altas esferas de su partido le puede traer quebraderos de cabeza. De momento, ya tiene dos problemas.
El primero, el dolor de cabeza que le ha generado al PP. Es sólo el primero, pero es que ha tardado muy poco. A Mañueco no le ha gustado nada lo ocurrido: sólo había que ver su cara nada más quitarle el micrófono en el escaño a su vicepresidente. Que el propio presidente haya tenido que emitir las disculpas a las que el 'vice' se niega da idea de la gravedad del patinazo. Al PP le va a costar más de un disgusto y se le puede hacer muy cuesta arriba si estos episodios se convierten en costumbre: el ritmo al que García-Gallardo se ha metido en charcos estas semanas hace temer que estos líos sean norma. Por ahora ha dado un paso hacia una futura desautorización, que son palabras mayores en términos de estabilidad.
El segundo problema es de fondo. El episodio se podría disculpar con la inexperiencia de no ser un asunto tan básico: se trataba de mostrar una sensibilidad ya muy enraizada en la sociedad de Castilla y León. A la vista está que le cuesta. Lejos de un desliz, parece la consecuencia de un coctel de postulados concretos y una actitud desafiante. Lleva semanas buscando los límites con declaraciones de tono claramente provocador y la campana ha sonado con esto, pero da la impresión que podía haber sido con muchas otras cosas. De paso, pone en aprietos al PP-CyL que tiene una trayectoria de políticas sociales amplia que ha integrado a todos los sectotes y colectivos a los que ahora García-Gallardo a desairado.
Crecido, parece dedicado full time a mantener el calentón electoral que tanto busca su partido. Por eso confunde siglas e institución como le han advertido desde el PP, por eso comete el error de presentarse en las Cortes con el 'traje' de Vox y no el de la Junta. La equivocación con el 'código' que separa partido de gobierno rompe normas no escritas pero importantes, débiles fronteras que conviene proteger para no contaminar todavía más el timón de las administraciones con el partidismo. García-Gallardo tiene que esforzarse en aclarar de qué se quiere vestir y no equivocarse.