Vargas Llosa
No hablaré del Vargas Llosa escritor, premios Nobel, Cervantes o Príncipe de Asturias. Está dicho y reconocido casi todo. No hay debate sobre su aportación a la literatura universal, en particular a la de habla hispana. Me voy a referir al escritor que se metió en política, que una vez muerto ha desatado un ciclón de reconocimientos y adhesiones. Y también las siempre esperadas condenas, desaprobaciones e insultos.
Las redes sociales, una vez más, han desatado las rabias y las intolerancias más extremas, la habitual polarización en la que nos desenvolvemos en estos tiempos. Obviamente, los halagos hacia Vargas Llosa aplastan en volumen a las voces más criticas y radicales. En general, en el ámbito de la cultura se guarda un más que merecido luto por la pluma desaparecida, incluso quienes no compartían posicionamientos ideológicos con el finado reconocen su enorme legado. La práctica unanimidad es elocuente. En el ámbito político, la historia es otra. Los comunistas hispanoamericanos y afines han salido en tromba a poner a parir al fallecido. Menudos monólogos.
En plena adolescencia, me impactó 'Pantaleón y las visitadoras'. Lo leí dos veces porque necesité entender y meditar sobre algunos de los pasajes del libro. Así conocí al fantástico escritor que acaba de fallecer. Mario Vargas Llosa me impresionó de joven con su talento para contar historias de la América hermana, pero también su compromiso con la defensa de las democracias frente a las dictaduras militares de la época, primero en su querido continente y después en el mundo entero.
A medida que he ido cumpliendo años, me ha conmovido su evolución ideológica. Aquel chaval peruano de convicciones comunistas fue mudando a una especie de liberal progresista (aunque muchos le tildan de facha, palabra que ha perdido todo su significado por el abuso de la misma). Fue el primer defensor confeso de la izquierda política al que escuché hablar y escribir sin complejos de la hipocresía y el egoísmo de dicha ideología, del sectarismo y el populismo al que se estaba entregado con total naturalidad e impunidad, perdiendo gran parte de sus principios. Leí sus alabanzas a la revolución cubana y, años después, su desazón con la nueva dictadura allí instaurada. Su disgusto con la consiguiente represión -inexplicable para él- al disidente. Aquello me hizo meditar sobre mis propias convicciones.
"Se puede estar en acuerdo o descuerdo con las ideas, pero siempre se deben debatir, jamás imponer", dijo Vargas Llosa cuando se presentó como candidato a la presidencia de Perú en 1990 frente a Alberto Fujimori, que tras ganar los comicios intentó quitarle su nacionalidad al escritor. Fujimori acabó en la cárcel. ¿Quién dijo que el pueblo siempre tiene la razón? ¿Quién habla siempre en nombre del pueblo?
Recuerdo el discurso de Vargas Llosa en Barcelona en octubre de 2017 (en el escenario junto a Josep Borrel y Albert Rivera), en la concentración convocada por Sociedad Civil Catalana, recordando a todos los conflictos y debacles que ha producido históricamente el nacionalismo radical. A raíz de aquella intervención, en este país un nutrido grupo de portavoces de la izquierda y del nacionalismo más rancios le marcaron con la equis de rigor.
No me ha extrañado lo más mínimo que estos días Pilar Rahola, por citar algún ejemplo, haya puesto a parir al fallecido escritor peruano. "Detestable" es lo más amable que ha sabido decir de él. Sí me ha sorprendido la coz que le han soltado los dirigentes de la formación Más Madrid (no Manuela Carmena), calificándolo de "intolerante". Creo que algunos deben aprender más sobre el significado de determinadas palabras del diccionario. No basta con manipularlas al antojo. O sí, hoy en política vale todo.
Vargas Llosa, estemos o no de acuerdo con sus ideas o sus acciones, era un intelectual de los de verdad, no de los autoproclamados si no de los ilustres reconocidos universalmente. Se lo ganó a pulso. Así pasará a la historia. Releeré en su memoria 'La ciudad y los perros'. DEP